Sentir emociones es una de las
principales características del ser humano. Somos seres vivos, emocionales y
racionales, en este orden.
Solemos escuchar que hay que saber controlar las emociones y no al contrario, pero el caso es que esta teoría no suele funcionar y si lo hace, los resultados que ocasiona no son nada saludables. El mandato interno de “tengo que controlarme" nos estresa.
Solemos escuchar que hay que saber controlar las emociones y no al contrario, pero el caso es que esta teoría no suele funcionar y si lo hace, los resultados que ocasiona no son nada saludables. El mandato interno de “tengo que controlarme" nos estresa.
Muchas personas han sido educadas en ocultar,
reprimir o exagerar ciertas emociones. Menos frecuente es haber vivido la posibilidad de reconocer, aceptar y contener el malestar que algunas de las emociones mas negativas nos generan. Suelo atender a personas que se sienten como
barco a la deriva arrastradas por su mar emocional y que han terminado llevándolas hasta lo mas hondo.
¿Te has sentido alguna vez ahogado en tus emociones?
Cuando descubrimos que habitamos varios cuerpos y que uno de ellos es el emocional, podemos comenzar a atenderlo como es debido. Éste cuerpo se comunica mediante la emoción.
Una emoción es energía interior y como toda energía desarrolla un poder que hay que saber canalizar. En el caso de las emociones este poder impacta nuestro estado de ánimo, nuestro pensamiento y comportamiento.
Cuando una respuesta emocional se repite en el tiempo puede convertirse en un hábito. En muchos casos el hábito es bueno, por ejemplo, si siento la emoción de sorpresa cuando alguien estornuda y le digo "Jesús", no hay nada malo en ello... ;-) Pero si por ejemplo tengo la costumbre de comer galletas cuando estoy aburrida y la forma de cubrir esta emoción se transforma en hábito, puede desembocar en problemas de salud como trastornos de la alimentación u otras enfermedades.
Y ¿de que manera saludable puedo cubrir mis emociones?
Es fundamental que al igual que aprendimos a taparnos cuando sentimos frío o a beber agua cuando nos sentimos sedientos, aprendamos a hacernos cargo de nuestras propias emociones.
Una emoción es energía interior y como toda energía desarrolla un poder que hay que saber canalizar. En el caso de las emociones este poder impacta nuestro estado de ánimo, nuestro pensamiento y comportamiento.
Cuando una respuesta emocional se repite en el tiempo puede convertirse en un hábito. En muchos casos el hábito es bueno, por ejemplo, si siento la emoción de sorpresa cuando alguien estornuda y le digo "Jesús", no hay nada malo en ello... ;-) Pero si por ejemplo tengo la costumbre de comer galletas cuando estoy aburrida y la forma de cubrir esta emoción se transforma en hábito, puede desembocar en problemas de salud como trastornos de la alimentación u otras enfermedades.
Y ¿de que manera saludable puedo cubrir mis emociones?
Es fundamental que al igual que aprendimos a taparnos cuando sentimos frío o a beber agua cuando nos sentimos sedientos, aprendamos a hacernos cargo de nuestras propias emociones.
Si por ejemplo siento “rabia” lo mejor que puedo hacer es asumir que la tengo. De esta forma me separo de ella y la puedo observar. Una vez que acepto esa rabia puedo reflexionar sobre que pensamientos o experiencias han podido generar esa emoción e incluso corporalizar su
mensaje (un tema que da para mucho más que este breve post).
La cuestión mas peligrosa en la gestión emocional es que si me dejo llevar por ella, puedo decir o hacer cosas de las que luego me arrepienta. Y si por el contrario reprimo la emoción, me puedo hacer aún mas daño al negar la atención que está requiriendo.
¡¡Hay algo que es necesario en mi y necesita ser atendido!!.
Quizá se entienda mejor con un ejemplo. Si es común en mi sentir rabia ante una situacion, ¿que puede estar indicándome esta emoción? Tal vez que sea menos exigente con alguien que está a mi cargo en el trabajo, que necesito pedir ayuda en casa o poner límites a alguien en un conflicto, etc.
Las emociones aparecen para alertarnos pero también son muy adictivas. Solo pensar en emociones como la alegría, la satisfacción, la sorpresa, etc. nos puede seducir tanto que busquemos permanecer frecuentemente en ellas. Y al contrario, también el miedo, el enfado, la tristeza, etc. pueden proporcionarnos beneficios que resguardan nuestra identidad, posición, imagen, etc. y hacer que permanezcamos en ellas cuando, en el fondo, nos pueden estar dañando.
Existen emociones que han quedado fijadas en nuestro inconsciente. Una simple palabra, recuerdo o comentario, puede hacer que vuelvan a ejercer su efecto positivo o negativo en nosotros. En este sentido, muchas emociones “mal
archivadas” necesitan reconocidas a nivel consciente para que dejen de actuar negativamente en nuestro cuerpo. De este modo, puedo comenzar el camino del aprendizaje, el
crecimiento y la salud emocional.
Reconocer las emociones es saber ponerlas en conocimiento del capitán del barco (mente consciente) para poder viajar en armonía con el viento (mente inconsciente) que impulsa las velas de la vida. O el capitán aprende a entender el viento y a usarlo a su favor, o no llegará muy lejos.
Y tu, ¿reconoces o te ahogas en tus emociones?.
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